Vidas, leveza y libertad.
Diarios bajo la luna. Reflexiones, fragmentos y cierre de estos siete meses de viaje.
A veces me resulta desafiante existir en ambas vidas, la interior y la de afuera, la que llevo cuando estoy sola y a la que vuelvo cuando me relaciono con el entorno, la que habito cuando las fronteras se borran y la que sostengo cuando se vuelven a dibujar.
Todas esas vidas que atesoro en una sola, me recuerdan que nunca me sentí tan viva como el tiempo que pasé en ellas.
Imagino una vida, solo una, en la que quiera permanecer siempre y la creo en mi mente. Una vida de sentires, sensaciones, calma y paz. Una vida bañada por el sol, el campo y la noche.
Camino por las calles de Asunción, reconozco el olor del jazmín a mi paso, la fragancia me devuelve a la naturaleza que he perdido en otra capital llena de asfalto.
No estoy viviendo este año la transición de las estaciones, llevo muchos meses en un verano ininterrumpido, me muevo de país para poder hacerlo. Cambio de escenario, de cultura y de idioma. Entro en el otoño y desciendo a las profundidades, lloro, son recuerdos de un pasado.
Suenan las primeras notas, un piano me lleva a sumergirme en la música, cada nota es una oportunidad de movimiento, de una caricia, de un gesto. Envuelta por el ritmo me muevo guiada por lo que siento. Entro en la cadencia, ahora es el saxo el protagonista, sigo en el viaje, me transporto. La nueva dimensión en la que me muevo me gusta, es un nuevo sentir. Todo es más fácil, todo es posible y todo cobra sentido. Vuelvo al paso de baile con más fuerza y pasión.
A veces siento necesidad de conocer muchos lugares, otras solo quiero quedarme en uno y profundizar en él hasta agotarme.
Me sumerjo en la naturaleza y ahí es donde ocurre la magia, me mimetizo con ella y me reconecto con mi alma. Hay días que entro sin esfuerzo en la numinosidad y cuando ocurre todo se desvanece, no hay mente, no hay pensamientos, solo soy.
Sobrevuelo Bahía, sentada en el avión me inunda una enorme paz, me doy cuenta de que ya tengo toda la libertad dentro, no tengo que salir a buscarla en el mundo. Se me saltan las lágrimas mientras las palabras resuenan en mí. Me fusiono con las alas y planeo sobre las favelas, las lagunas y los rascacielos. Palmeras emergen por todas partes mientras rozamos la pista de aterrizaje. Los aviones siempre me elevan, me remueven, me hacen estar presente al máximo y en consecuencia, me anclan a la tierra. Cuando desciendo siempre experimento una efusividad que me recuerda que estoy viva. Esta vez solo siento leveza, esa que me empieza a acompañar estas últimas semanas, que puedo palpar y experimentar continuamente.
Esa sensación de libertad interna y leveza me da esperanza.
Estoy de vuelta, me he llenado de ser y amor, estoy en paz. Ni el viaje es mi medicina ni estar de vuelta es mi enfermedad. El poder de sanarme está dentro de mí.